Este artículo argumenta que la legitimidad del sistema político se encuentra en su punto más bajo desde el retorno a la democracia. El 2016 fue el año en el que un presidente recibió la mayor desaprobación, el que registró el mayor ausentismo electoral, el que padeció la mayor desconfianza en los tres poderes del Estado, y el que registró la menor identificación con partidos políticos. La baja legitimidad política del sistema puede relacionarse a causas coyunturales —mala gestión gubernamental y escándalos de corrupción— y subyacentes —desconfianza interpersonal, desapego de la actividad política y élites cerradas— que explican la baja legitimidad. De continuar esta tendencia, esta etapa de baja legitimidad puede transformar el sistema de partidos, favorecer el surgimiento de movimientos y liderazgos populistas, y erosionar la calidad de la democracia chilena.